Este mineral está presente en casi todo el cuerpo, puesto que es un componente en más de 200 enzimas. Se concentra en los órganos genitales, en las glándulas endocrinas, en la hipófisis, en el cabello, las uñas, los huesos y en los tejidos pigmentados del ojo.


Entre sus fuentes alimenticias, están los cereales integrales, tales como los copos de trigo y germen de trigo, la levadura, los copos de avena, el arroz, el pan integral, el trigo o el maíz.
En cuanto a los frutos secos, contienen más zinc las pipas de calabaza y girasol, los cacahuetes, la nuez, las almendras y las avellanas. Respecto a las verduras, podrás encontrarlo en la cebolla, el ajo, el perejil, las setas o las judías; y en legumbres como las lentejas, los guisantes, el garbanzo o la soja. En lo que respecta a las carnes, está presente en los huevos, el hígado o los mariscos.
Como favorece principalmente a nuestra piel, se detecta rápidamente la falta de zinc en ella, cuando tardan las heridas en cicatrizar o en la dermatitis alrededor de los orificios de éstas. Cuando la deficiencia es muy importante, se manifiesta a través de cambios bruscos en la piel.
Una deficiencia marginal se puede ver reflejada, además de en la curación lentas de las heridas, en acné, ezcemas y psoriasis. Lo más adecuado para determinar la carencia de zinc en el organismo es a través de unos análisis de los leucocitos.
Por último, el zinc es utilizado como un tratamiento muy valioso para tratar el acné. Una dosis eficaz de zinc es de 30-45mg al día, tanto para esta afección de la piel como de cualquier trastorno de la misma. No obstante, si notas cualquier alteración en la piel, acude a tu médico para que, si es necesario, te recete la cantidad adecuada de zinc y su tratamiento.
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